jueves, 10 de marzo de 2011

Africanos antes que árabes

África siempre está cerca, pero lejos a la vez. El continente más cálido -en todos los sentidos por imaginar- estuvo unido con nuestra América del Sur hace doscientos cincuenta millones de años, en lo que habrá sido el majestuoso y único bloque continental denominado Pangea. Hoy, su geografía nos permite recorrer extremos, más desértico al norte pero selvático hacia el sur. Dueño de maravillas como las cataratas Victoria, el río Nilo o el monte Kilimanjaro. Pero las apariencias engañan, así como el Kilimanjaro es un volcán que se encuentra estable desde hace cien mil años, y que, en cualquier momento derrite sus nieves perpetuas en un breve y explosivo instante. África puede erupcionar devastadoramente de un momento a otro.
Cuando la fe de Mahoma logró su gran expansión, se propagó principalmente por la península arábiga, norte de África, ciertas regiones de Asia e incluso Europa. Así, el islam se constituyó en la principal religión en forma abrumadora por toda la región norte de África.
Luego sobrevino la recuperación de España al catolicismo, y sus gestas marítimas en franca competencia con los portugueses para encontrar rutas que permitan comerciar. Sin entrar en detalles podemos decir simplemente que esto abrió paso a la colonización europea. Teniendo su máxima expresión en la Conferencia de Berlín de fines de 1884 y principios de 1885, donde las potencias europeas de entonces (principalmente Francia, Reino Unido y Alemania), más el hábil Leopoldo II de Bélgica, se repartieron los territorios para el comercio y establecieron las reglas de la carrera por el aprovechamiento de los generosos recursos naturales. Las consecuencias a lo relatado hasta aquí brevemente, implican un África particularmente sufriente.
En cuanto a las creencias religiosas tampoco encontramos uniformidad en todo su territorio. Hoy, es musulmana al norte, especialmente del grupo suní. Y aquí para comprender las implicancias de esto último simplemente diremos que en los comienzos del islam, esta religión sufrió una división producto de las luchas por el poder; derivando en dos facciones principales. Los sunítas y los chiítas. Los primeros son amplia mayoría en el mundo islámico teniendo como referencia a países como Egipto, Arabia Saudita y todo el norte de África. Por su lado, los chiítas tienen en Irán a su principal referente, aunque también predominan en Irak. Estas divisiones han provocado enfrentamientos violentos desde los principios del islam que aun hoy continúan, como en muchas escisiones en las religiones.
Por otra parte, del centro y hacia el sur prevalece fuertemente el cristianismo con muchas de sus variantes. A su vez existen cultos tribales que conviven y a veces hasta se mezclan con las dos expresiones mayoritarias del monoteísmo.
Pero precisamente en el norte de África está teniendo lugar un cisma que huele a hartazgo popular. Al menos en gran parte de los casos. Esta cadena de revueltas tuvo su comienzo mediático en el país que más al norte se encuentra, esto es Túnez. Teniendo como resultado la dimisión bochornosa del máximo líder del país. Pero la cuestión no terminó allí, y las protestas alentadas por el entusiasmo de la ciudadanía en generar cambios, se expandió en casi todos los países con predominio musulmán del continente. Teniendo en Egipto el mayor exponente y que acaparó la atención mundial hasta la dimisión del interminable Mubarak. El rasgo distintivo de todos ellos, además de la fe musulmana suní, es que se encuentran, o encontraban, bajo gobiernos alejados de la democracia y cercanos a las potencias occidentales. Con dirigentes ricos y sectores de la población sumidos en pobreza.
Si nos referimos a las regiones árabes debemos aclarar que efectivamente no sólo se escuchó el clamor de las necesidades insatisfechas en África. En Irán, país de religión islámica pero chií, también hubo protestas, como así también las hubo en naciones de mayoría suní de la península arábiga, tales como Yemen, Omán o Arabia Saudita, aunque pareciera que en este último en menor medida. Lo cierto es que se puede presumir que los países árabes no deberán mantenerse ajenos a los problemas de sus pueblos, ya que no escapan del caballo desbocado que desató la crisis financiera mundial; y que alimenta en forma persistente el descontento de las comunidades. Porque cuando existen necesidades insatisfechas, los pueblos no saben, ni piensan en las ideologías, etnias o religiones.
Pero volviendo a territorio africano. Observamos en Libia una situación sumamente particular. Esta nación también musulmana suní, se encuentra sumida en un caos de violencia. Este país tiene, aun hoy, un máximo líder que gracias al petróleo en cantidad y calidad ha copado todos los escenarios y ha actuado con todas las caras habidas por haber. El ayer considerado terrorista ya lleva más de cuarenta años en el poder y proclama que su pueblo lo ama y moriría por él. Gadafi (simplificando su nombre en nuestro idioma) ha estado del lado de todos y del lado de nadie, es amigo del venezolano Chávez y socio de la derecha italiana. Pero más allá de todo, la realidad nos muestra que, mientras el mundo recorre una crisis de representatividad, donde los pueblos en todas partes del planeta sienten la necesidad de salir a las calles porque no se sienten incluidos, en Libia se libra prácticamente una guerra civil; con un ejército leal a Gadafi y fuerzas opositoras rebeldes que buscan organizarse y tener vos propia. Mientras cientos mueren, el mundo escandalizado se debate entre intervenir militarmente o dejar que los libios resuelvan internamente la situación. Tal vez dejen que Libia se parta en dos, para que así las ideologías continúen dividiendo y cuenten con un nuevo país amigo o enemigo, y un viejo país amigo o enemigo dependiendo de la óptica con se lo mire. O dependiendo del lado en que queden los principales pozos petroleros…
¿Pero esto es nuevo en África? Verdaderamente no. Una interminable lista de dramas africanos recorren el camino del sufrimiento humano. Somalía, con su capital Mogadiscio escenario de cruentas batallas entre distintas facciones, que persiguen el poder mientras desangran el país. Ruanda y las masacres étnicas. La región de Darfur y sus muertos por cientos de miles. Y sin olvidar a la República Democrática del Congo (antigua República del Zaire) y sus guerras civiles por citar algunos ejemplos.
Por donde busquemos encontramos las pujas por el espacio y el poder en forma descarnada. Naciones que se dividen -no olvidemos el reciente referéndum en Sudán que votó por la partición en dos del país- producto de delineaciones arbitrarias de sus límites territoriales, que los procesos de descolonización posteriores a la segunda guerra mundial no zanjaron ni mucho menos. Por ello, decimos, lo que hoy tiene al mundo expectante no es algo particular del mundo árabe o musulmán. Sino que se trata de un cóctel explosivo, resultante de las políticas de exclusión surgidas en los repartos coloniales, combinado con intolerancias étnicas y religiosas que por un lado encuentran un hartazgo incontenible en los ciudadanos, y por el otro, intereses que pugnan por espacios de poder. En definitiva, es nada más ni nada menos que el cansancio del Kilimanjaro ante tanto capricho ajeno.
JPMG