domingo, 25 de febrero de 2024

Medio Oriente y un diálogo aporético

Podríamos afirmar que la lógica fue un instrumento concebido por el filósofo Aristóteles. Si aplicamos la lógica al conflicto entre israelíes y árabes palestinos, diríamos que partimos de premisas verdaderas en los argumentos de ambos por soñar con un estado propio; pero que llegan a una proposición falsa. Y decimos falsa porque para algunos de los protagonistas implicaría la no existencia del otro. El conflicto ocupa un espacio habitual en los medios de todo el planeta. Porque es un drama que involucra a toda la humanidad, y nos interpela a todos porque habla de problemas nunca resueltos para las aspiraciones de pueblos enteros. Es un conflicto donde la fe y la política se han mezclado permitiendo que prevalezca la idea de exclusión del otro; y no la coexistencia pacífica. Generando así la sensación de que todos los caminos conducen a la imposibilidad de alcanzar una solución pacífica y viable en el tiempo. Podríamos decir que con la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial; el territorio, cuna de las grandes religiones, inició una nueva etapa en su historia. Todo el territorio que hoy incluye a Israel y Cisjordania, junto a la Franja de Gaza, eran parte del imperio erigido por los otomanos. El mismo Imperio que en el año 1453 conquistó la legendaria Constantinopla -hoy Estambul- capital en aquel entonces del Imperio Romano Bizantino. Los turcos Otomanos habían forjado un vasto imperio que llegó incluso a las puertas de la ciudad de Viena, Austria en el año 1683, siendo derrotados en la Batalla de Kahlenberg. Este imperio, además del legendario romano, fueron la única autoridad que dominara integralmente los territorios donde convivían intereses por parte de árabes musulmanes y judíos. Dichos intereses, que esperaban respuestas en esta nueva era sin el control otomano, fueron escasamente atendidos en los acuerdos que las potencias victoriosas celebraron para el reparto territorial. Y la Sociedad de Naciones otorgó el Mandato sobre Palestina al Reino Unido, esto es la administración del territorio que hasta el fin de la Primera Guerra Mundial controlaba el ahora extinto Imperio Otomano. Dijimos que en este punto marcamos una nueva etapa, ya que el conflicto por el territorio siempre ha estado presente. La humanidad toda se ha forjado y delimitado territorialmente luego de conflictos, guerras o disputas que en el mejor de los casos lograron acuerdos de paz. En este caso, la región ha cambiado de manos a través de la guerra. Incluso los romanos en su avasallante paso por la historia de la humanidad conquistaron la región y durante su gobierno también hubo conflictos y rebeliones. Si bien el pueblo judío era minoría en la región, históricamente tuvo presencia. Los árabes musulmanes por su parte, también habían forjado el nacimiento de su religión con lugares sagrados en la región. Políticamente resultó clave el surgimiento del movimiento sionista a fines del siglo XIX, en un escenario global de creciente antisemitismo (discriminación a los judíos), cobró fuerzas la idea de finalmente contar con un territorio y cumplir el sueño de un estado propio en la región en conflicto, convirtiéndose en una oleada incontenible de migración de judios hacía la región. Durante el período del mandato británico los intereses de La Liga Arabe y los del pueblo israelí siguieron confrontando, ya que ambos anhelaban una organización territorial con nombre propio. La población judía continuó creciendo por la continua migración, y se estima que pasó de poco menos del 10% de la población total en la región hacia fines de 1890 a cerca del 30% para 1936. Judíos y árabes musulmanes tenían sus propias reglas de juego e incipientes instituciones dentro del dominio británico que convivían en permanente tensión de intereses. Y la puja resultaba, en muchas ocasiones, violenta y con habituales enfrentamientos armados. Con el mandato del Reino Unido y el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, el auge de los nacionalismos, y el fin de los colonialismos tal como los estudiamos en los manuales. Y en el marco de las ideas de libre determinación de los pueblos, que arrojó independencias y nacimientos de nuevas naciones a lo largo del planeta tierra, resonando en los pasillos de toda conferencia internacional. Así, el momento parecía propicio e inevitable. Los sueños de un estado propio se volvieron incontenibles tanto para el pueblo judío, como para los árabes musulmanes que habitaban el territorio del mandato británico y que como dijimos, tenían esperanzas e intereses propios pero independientes. El Reino Unido era parte del equipo victorioso de la guerra. Pero el escenario palestino, con las continuas olas migratorias y el permanente conflicto de intereses independentistas, que muchas veces se traducía en muertes, era demasiado. Y las nuevas potencias vigentes, Estados Unidos y la Unión Soviética de Stalin -que en breve lapso protagonizarán la denominada guerra fría- apoyaron la causa israelí. Conclusión: Las Naciones Unidas en una votación previsible, pero no por ello menos reñida, votó por un plan -la famosa resolución 181- que dividía Palestina en dos. Un estado judío, uno árabe y Jerusalén bajo control internacional. En este contexto, y de la mano del líder Isaac Rabin, se proclamó en 1948 la creación de Israel como estado, y los árabes palestinos, liderados entre otros por Al Husseini -a quien hace algunos años el actual mandatario israelí Netanyahu señaló como instigador del holocausto- lo rechazaron. No lo aceptaron. Desatándose la primera guerra del estado israelí, y el primer drama árabe palestino. Soldados libaneses, sirios, transjordanos y egipcios comandados bajo la denominada Liga Árabe se enfrentaron al reciente creado estado israelí. El resultado se tradujo en una gran derrota árabe y se produjo el Nakba o la llamada catástrofe cuando según estimaciones más de 750.000 árabes palestinos debieron abandonar por la fuerza sus hogares debido al conflicto bélico desatado. Además territorialmente implicó un cambio importante, el territorio hoy conocido como Cisjordania fue ocupado por Transjordania y Gaza por Egipto y el vencedor Israel incrementó su territorio aproximadamente un 20% del asignado originalmente por la resolución de Naciones Unidas para el plan de creación de dos estados. Este conflicto bélico implicó además que los países árabes promovieron la expulsión de judíos que habitaban sus territorios, hecho que terminó llevándolos hacia el nuevo estado israelí. Como dijimos, las armas fueron utilizadas y como resultado obtenemos el panorama insoluble a la fecha. Israel fue creado como estado, creció en su territorio luego de cada enfrentamiento armado y el trunco estado árabe quedó dividido geográficamente y también políticamente. En la parte conocida como Cisjordania gobierna una organización moderada que prioriza su subsistencia. Y en el sur, en la denominada Franja de Gaza, que es un territorio ínfimo, dominada por Hamas, una organización fundamentalista terrorista que lideró el reciente ataque e invasión al estado de Israel desencadenando un nuevo capítulo que promete ser de los más trágicos de la historia moderna en donde geográfica, política, y religiosamente el mundo ha estado marcado por las diferencias que Oriente y Occidente no han sabido conciliar. El problema se agrava por los juegos de influencia que reciben los distintos actores. En Cisjordania gobierna la Autoridad Nacional Palestina, que dió sus primeros pasos como un gobierno transitorio gracias al denominado Acuerdo de Oslo entre la Organización para la Liberación de Palestina liderada por Yasir Arafat, emblema de la causa palestina y el propio histórico líder Isaac Rabin, en conferencias auspiciadas por el presidente norteamericano demócrata Bill Clinton. Es válido aclarar que, el palestino, es un gobierno que no controla todo su territorio ni es reconocido como un estado. Aunque desde 2013 sus autoridades pugnan por ser reconocidos por las Naciones Unidas como tal. Lamentablemente en la Franja de Gaza gobierna Hamas, que no comulga con los instrumentos institucionales y compite internamente con otras organizaciones violentas como la Yihad Islámica o incluso la influencia de ISIS en la promesa de liberación del territorio que a nivel fronteras es controlado por el ejército isarelí. Si bien existieron revueltas populares palestinas denominadas intifadas (la primera fue en 1987). El conflicto, de componentes políticos, religiosos y étnicos, ha estado marcado por confrontaciones bélicas tradicionales como la denominada guerra de los Seis días en 1967 que involucró a Israel y Egipto, o la guerra de Yom Kipur en 1973 involucrando esta vez además a Siria entre los principales contendientes. Pero con el cambio de siglo, el surgimiento de organizaciones con poder que actúan como si fueran estados, el conflicto recrudeció y ha planteado nuevos escenarios. En el año 2006 tuvo lugar una guerra entre Israel y el grupo Hezbolá, también considerado una organización terrorista que opera desde el Líbano y se sostiene que es alimentada por el estado de Irán. Tan sólo un año después, en 2007, el grupo Hamás logró el control político de la Franja de Gaza e Israel le impuso un bloqueo a la zona de la Franja seguido por sucesivos conflictos y hechos puntuales, algunos muy conocidos como el secuestro de un soldado por Hamás en 2011 dando paso a una primera guerra entre 2012 y 2014. Los momentos de mayor esperanza de paz para la región se vivieron en 1993 y en 2003. En 1993 con el mencionado Acuerdo de Oslo donde israelíes y árabes musulmanes acordaban una serie de puntos que alimentaban las esperanzas de un reconocimiento mutuo y sentaba las bases para la creación de una administración de gobierno árabe palestino en Cisjordania y Gaza y un retiro de las fuerzas israelíes que ocupaban los territorios luego de las sucesivas guerras. El otro momento propicio para pensar en la paz tuvo lugar con la denominada Hoja de Ruta impulsada por Estados Unidos con el protagonismo del presidente republicano George W Bush (hijo), la Unión Europea, Rusia y las Naciones Unidas, que buscaba poner fin a los actos de terrorismo y violencia, detener los asentamientos israelí fuera de los límites propios de Israel, crear instituciones para un estado palestino y finalmente alcanzar una paz duradera. No es necesario aclarar que dichos planes no se han cumplido. La Autoridad Palestina no controla íntegramente sus territorios designados, ya sea por los asentamientos judíos en la Cisjordania palestina o por la aparición de Hamás que fue creado inspirado en los Hermanos Musulmanes de Egipto, y que rechazaban los acuerdos firmados por la Organizalización para la Liberación de Palestina que se acercaba más a la idea de la coexistencia de dos estados. Cabe preguntarse ahora por las consecuencias futuras de esta nueva acción de Hamás de invadir territorio israelí y el reguero de muerte dejado a su paso. Israel decidió responder rápidamente y avanzar sobre el terreno en búsqueda de todo aquel que pertenezca a esta organización, especialmente sus líderes, con el consecuente precio de sangre que están pagando los civiles y ciudadanos que tienen la desgracia de vivir en donde se esconde Hamás. La realidad actual muestra un escenario muy complejo. La Liga Arabe como tal no parece muy propensa a intervenir de manera directa en el conflicto. Egipto, quien fuera voz de estos intereses perdió fuerza e interés a partir de los acuerdos de Camp David a fines de la década de 1970 cuando reconoció a Israel como estado y recuperó los territorios de la península del Sinaí. La organización Hezbolá, que ya ha estado en guerra con Israel y se encuentra en permanentes choques denominados de baja intensidad en la frontera de Israel, es parte del gobierno de Líbano. Y tanto el Líbano como el resto de los países de la región parecen tener un claro interés en defender sus intereses nacionales, pero no involucrarse en nombre de los árabes palestinos. Irán es la temida nación que con su estimado financiamiento a estas organizaciones más peso pareciera tener en este conflicto si decidiera dar un paso hacia la guerra. Aunque no sería extraño que esta situación se utilice para acallar conflictos internos agudizados por el reclamo de las mujeres a sus derechos. Por otro lado, en 2020 tuvieron lugar los acuerdos de normalización de relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos a los cuales se sumaron Bahréin y posteriormente Marruecos y Sudán, impulsados por Estados Unidos; y a los cuales se aspiraba a sumar a Arabia Saudita. Con lo cual, las suspicacias en torno a los intereses de Hamás de frenar esta posible ola de acuerdos entre Israel y diversos países del mundo árabe se encuentran latentes. El conflicto cuenta hoy con algunos protagonistas que tampoco hacen presagiar una solución consensuada. B. Netanyahu, el líder que gobierna y ha gobernado Israel con políticas que poco han contribuido a una solución de paz definitiva, y que ha contado entre sus filas a dirigentes que simplemente no aceptan la creación de un estado árabe palestino. Un líder como M. Abbas, que gobierna Cisjordania en representación de la Autoridad Palestina, con una tendencia secular pero que no controla su territorio y cada vez pierde más popularidad ante la acción violenta del grupo Hamás, que no acepta la existencia de un estado israelí. Reforzado por la atroz invasión en territorio israelí sembrando muerte y destrucción, seguida por la reacción del gobierno israelí ahogando la Franja de Gaza en un espiral de violencia extrema y muerte. Al final del análisis todo nos interpela en nuestra naturaleza como humanos. Un conflicto que parece eterno en el tiempo, que tiene tintes religiosos, y que desde el mismo momento en que una organización internacional decidió dividir para dos poblaciones un pedazo de algo que para ambos era indivisible al mejor estilo de Salomón porque tampoco se podía negar la existencia e intereses de unos y otros. Disputa que no sólo nos interpela porque nos convierte en espectadores de un conflicto que tiene por protagonistas a la historia de la humanidad. Sino porque es un escenario donde se observa claramente la aparición con mayor frecuencia de organizaciones capaces de ir a la guerra contra estados. Al Qaeda lo hizo desde Afganistán, el Grupo Warner lo hizo con Ucrania y África. Hezbolá lo hizo con Israel. ISIS lo hizo con Siria e Iraq. En la historia podemos buscar y encontrar organizaciones paralelas a los estados y que a su vez lucharon contra el mismo estado que inicialmente las cobijó territorialmente por diversos motivos. Independencia, separatismo, o incluso por violencia política interna. Pero aquí el factor es la guerra directa de organizaciones contra estados. Un país, desafiado por un grupo armado que se refugia y opera desde fuera. Una red invisible a los ojos políticos de la era moderna. Pero como dijimos este conflicto nos interpela. Manifestaciones en todo el mundo se suceden con mucha visibilidad global en capitales del mundo, especialmente a favor de los colores de la causa árabe palestina. Y nos plantea preguntas respecto a cuál es la posible solución que conduzca a la paz. Conflictos diversos recorren todo el planeta. Desde los escenarios dramáticos en África, la guerra en Ucrania, las miserias de Haití, las penurias de Afganistán, y ni hablar del sufrimiento de los derechos de la mujer en países como el mencionado. Pero también hay menos visibles, o con menor prensa duradera como la ofensiva de Azerbaiyán para ocupar la región denominada Nagorno Karabaj y que implicó el desplazamiento de armenios que se vieron obligados a abandonar sus hogares luego de la victoria azerí, en un conflicto que tuvo sus raíces en los límites generados luego de la caída de la Unión Soviética. Como así también, el invisible drama de los musulmanes uigures que viven en la provincia china de Xinjiang, y viven una persecución y hostigamiento atroz por parte de las autoridades del país asiático. Pero es claro que la confrontación entre Israel y árabes musulmanes acapara todas las luces de la atención mundial. Representa los problemas no resueltos en la era moderna de la posguerra mundial y contiene todo los condimentos de interacción social global. Pueblos que no lograron conformar un estado, pueblos que no alcanzan la seguridad de sus fronteras, conflicto con discrepancias religiosas que pugnan por lugares sagrados y voces internas que cuestionan la existencia del otro, o mínimamente que rechazan la convivencia pacífica. Intereses de fuerzas extranjeras que operan impunemente y una Organización como Naciones Unidas que ha emitido más de mil resoluciones sobre un mismo conflicto sin que se logre un resultado claro y esperanzador. Mientras tanto, países con comunidades árabes, musulmanas y judías ven cómo aumenta la conflictividad interna y el miedo a estallidos sociales que afecten la vida de sus ciudadanos y el normal desarrollo social construido. El creciente antisemitismo en el mundo cuando se transforma en acción sólo lleva a la violencia. Al igual que la islamofobia. Los movimientos de extrema derecha que caen en nacionalismos de intolerancia son tan peligrosos como una izquierda radicalizada que deje fluir por sus venas el fanatismo religioso. La única y visible solución posible es la existencia de dos estados con fronteras delimitadas. Ambos pueblos han demostrado su irrenunciable sueño. Pero para ello es necesario generar un principio de acuerdo irrevocable. Caso contrario resultará imposible, acabará con la destrucción total de uno o ambos, y el riesgo de una escalada global que nos empuje 100 años atrás estará más latente que nunca.¿Qué ocurriría si una resolución de Naciones Unidas ordenara la organización de una fuerza militar internacional que controle las fronteras de acuerdo a la resolución de los dos estados? Más allá de las utopías, al final, una paz duradera dependerá de acuerdos que impliquen sociedades gobernadas por repúblicas seculares y laicas. Donde se entienda la existencia institucional del otro, como la única forma de asegurar la seguridad propia. G. Garardus