martes, 6 de septiembre de 2011

Libia y Egipto: Dos realidades, dos conflictos.

Primavera árabe, así se ha denominado a las revueltas protagonizadas por pueblos del mundo islámico. La cuestión es que de primavera tiene poco, salvo que lo tomemos como un “florecimiento” del hartazgo popular, en algunos casos, o rebeliones aprovechadas por ciertos grupos en otros.
La historia se encuentra con un momento especial o primero si se quiere. Un hecho que ocurre en casi cualquier punto del planeta puede ser visto por millones en poco tiempo. Basta un aparato de telefonía móvil con cámara, una conexión a Internet y la curiosidad de miles para que se arme un escenario accesible para una audiencia global, que inmediatamente juzgará y tomará partido por alguno de los diferentes intereses en conflicto. Porque es así, en definitiva siempre hablamos de intereses, ocurre que en no pocas ocasiones los mismos no se corresponden con el de la mayoría de cada sociedad, tirando por tierra aquello del bien común…
Primavera árabe, hartazgo popular y revueltas. Condimentos que mezclados entre sí traen a la mente la innegable sensación de sufrimiento y opresión en las mayorías desprotegidas de las comunidades. En la ausencia de bien común. Pero más allá de estos factores que bien podrían caracterizar y unir a ciudadanos de cualquier parte del planeta. ¿Podemos hablar de una causa efecto homogénea, de una razón o fundamento único para todos los eventos que transcurren en este 2011? ¿Y principalmente en pueblos musulmanes? Ciertamente que no.
La economía capitalista sacudió fuertemente los cimientos de las sociedades. Estalló en crisis y evaporó las burbujas, dejando al desnudo a los especuladores del sistema, y a quienes viven inescrupulosamente de los recursos. Los gobiernos fueron al cruce, acomodaron apenas el desorden y como niños salieron alegremente a jugar de nuevo; con el desparpajo propio de aquél que no reconoce peligros. No en vano escuchamos por ahí decir, que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra.
Pero decíamos que no podemos hablar de una misma causa y un mismo efecto. Las situaciones sociales, políticas, culturales y hasta económicas han sido diferentes en aquellos países donde han tenido lugar –y aún tienen- reclamos populares. Si analizamos los estallidos de mayor proporción, podemos tomar como ejemplo a Egipto y Libia, esto no significa desconocer o ignorar los episodios en otros países. Mencionamos estas dos naciones, ya que, consideramos representan los dos grandes tipos de acontecimientos observados en los últimos tiempos. Siempre con el trasfondo común de un sistema -no un solo Estado- dominante que bebe insaciablemente mientras se lo permitan, dado que es su modo de subsistir y acomodar su enorme cuerpo cual monstruoso Leviatán indomable. En este caso, usamos una figura más globalizada que la adaptada por Thomas Hobbes en el siglo XVII. Este Leviatán se nutre por igual con tiranos de derecha o izquierda, sólo necesita que el estado oprima las libertades y no contenga su sed interminable.
En los conflictos que afloraron principalmente en el África sufriente; las inequidades, la escasez de oportunidades y la desesperanza despertaron a masas populares que previsiblemente iban a alzar su voz y manifestar su descontento e inconformismo. Que ello ocurra es sano. Sea en una monarquía o en una democracia, que una sociedad muestre anticuerpos ante la injusticia es una buena señal. Egipto tiene mucho de eso. Que luego, determinados grupos ideológicos o religiosos sepan canalizar o usufructuar dicha energía es otro tema. Lo cierto es, que los egipcios acabaron agobiados de los dirigentes (alejados de las necesidades de su pueblo) y sacudieron la estabilidad del poder generando la caída de un mandatario enquistado por décadas en el gobierno y que hoy, enfrenta cargos ante la justicia de su nación.
Este mismo clamor popular es el que se percibió en Marruecos y Túnez. Incluso, y porqué no aunque en otra proporción, el mismo tipo que se huele en protestas como las de Grecia, Irán, España, Italia, Estados Unidos (Wisconsin), Israel o Chile. Son los anticuerpos de las sociedades queriendo correr los males. El riesgo es, como en cualquier enfermedad no tratada apropiadamente, que la recaída puede ser peor. En una nación como Egipto, donde las instituciones se vieron corrompidas durante tantos años y con tanta profundidad, un solo sacudón no bastará para corregir el rumbo, y tarde o temprano las necesidades insatisfechas volverán a aflorar. Lo característico en estos casos es que los conflictos podrán tener diferentes orígenes o gravedades, pero las voluntades populares expresan el deseo de un cambio sin violencia. Aunque esto no implique, que dicha exteriorización de la intención de cambio, no finalice con reacciones violentas.
Como planteamos, existe otro tipo acontecimientos. Y Libia lo representa a la perfección. Aquí también encontramos hastío popular y necesidades insatisfechas. Lo diferente, es que intereses ajenos buscan canalizar, alimentar, conducir y manipular ese descontento con el objetivo de trasformar un escenario desfavorable en uno propicio para sus propósitos. Esto es lo que respiramos en Libia. Un gobernante manchado por la corrupción y con socios de todos los colores. Responsable de muchos sufrimientos, incluyendo culpas directas o indirectas en horrores como el de Darfur donde - en su afán belicoso para con Chad, su vecino país del sur- alimentó con armas una región susceptible de odios étnicos y religiosos. Pero decíamos, un ocupante del poder destronado por la violencia de una guerra en la que grupos tribales con cierto poder, sumados a los insatisfechos, fueron guiados por un propósito ajeno. Ese mismo aire se respira en países como Yemen o la influyente Siria, que tiene en Hama -ubicada al norte de su capital Damasco- a su embanderada rebelde, región que ya supo del dolor en la década del ochenta cuando miles murieron en una confrontación exactamente contra el mismo gobierno del hoy.
En este planeta con la representatividad en crisis, donde emergen conflictos sociales, y los pueblos salen a las calles porque no se sienten incluidos, sobrevuelan los fantasmas de las discusiones ideológicas respecto al mejor sistema de gobierno de la economía. Pero particularmente en las naciones de Oriente medio y norte de África, acechan los del petróleo y del fundamentalismo. JPMG