martes, 14 de mayo de 2013

La eternidad fugaz

Año 2013. Nicolás Maduro se convierte en el Presidente de Venezuela. El ya fallecido Hugo Chávez no pudo continuar en persona su obra o plan y dejó de existir a causa de una enfermedad que hace tiempo lo aquejaba. El sistema de salud cubano, con médicos maravillosos pero escasos de avances tecnológicos, desnudaron sus propias limitaciones; y pusieron al descubierto que ningún ser humano es ajeno a la mortalidad. Parece una obviedad lo dicho, pero teniendo en cuenta la realidad latinoamericana resulta válido aclararlo. Sin juzgar si los períodos de gobierno de Chávez fueron malos o buenos es vital para la salud de las democracias, y de las sociedades mismas, convencernos de que ningún gobernante debe imponerse por sobre las instituciones. Si el gobernante es "malo", y se perpetúa en el poder se encaminará hacia un probable rol de dictador. Y si el gobernante es "bueno", pero se eterniza sin sostenerse en las instituciones, su legado se escurrirá de las manos de la sociedad cuando él ya no esté. De acuerdo al gusto del lector, en ambos casos la consecuencia puede ser que un Maduro llegue al poder; y no sea precisamente en el sentido que el diccionario de sinónimos otorga al apellido del nuevo mandatario venezolano.