jueves, 6 de septiembre de 2018

Trump y sus dogmas

El mundo, incrédulo, pero especialmente escéptico, no imaginó a Donald Trump como posible ganador de una contienda electoral democrática. Especialmente en el país de mayor injerencia planetaria, una nación que ha creado e impulsado instituciones del orden internacional. Así, una mañana, Estados Unidos despertó con un presidente que parecía renegar de ellas. Criticó el Acuerdo de París -auspiciado por Naciones Unidas, en pos de la lucha contra el cambio climático- acusó de obsoleta a la OTAN, apoyó el Brexit -y a posibles escisiones futuras en la Unión Europea- Abandonó el Acuerdo de Comercio Transpacífico (TPP), fue criticado por el FMI y amenazó con dejar la Organización Mundial de Comercio, o al menos reducir las obligaciones de Estados Unidos para con dicha organización. En su última gira por el continente europeo, no sólo generó terremotos diplomáticos por su habitual verborragia de confrontación, como exigir mayor compromiso financiero a los países miembros de la OTAN. Sino que además fue centro de polémicas mediáticas en el Reino Unido, inmiscuyéndose en temas domésticos como opinar negativamente sobre la gestión del Alcalde de Londres, alabar al saliente Boris Johnson ex Ministro de Relaciones Exteriores británico, mencionándolo como un posible gran Primer Ministro. Para esto último es válido recordar que Johnson, a pesar de sus ideas originales, fue promotor de la salida de la Unión Europea, y precursor de un Brexit duro. Se presentó junto a Vladimir Putin, el controvertido mandatario ruso. Ambos dieron la sensación de desechar las acusaciones de injerencia rusa en las elecciones que lo llevaron al magnate a la presidencia. Incluso se mostraron concordantes en algunas cuestiones de política exterior. Horrorizando de este modo a demócratas y republicanos, mostrándose más reconfortado con las palabras de su colega ruso que en las de sus propias agencias de gobierno. Cosechando críticas de todos los colores en su país. Por supuesto, que al llegar a su tierra ensayó adjudicar errores de expresión para sembrar contradicciones en las interpretaciones. Trump el antisistema. ¿Es esto así? ¿Podemos llamar a un hijo pródigo del capitalismo de este modo? Simultáneamente a esta pregunta, la realidad nos muestra a la gran potencia con una nueva vocación aislacionista. Pero que dependiendo del ámbito, se corre a un intervencionismo clásico según la ocasión, o mejor expresado, la necesidad. Asimismo, el escenario económico doméstico de su país nos brinda un Trump proteccionista del mercado interno, incluyendo en sus discursos el rol del trabajador local. El magnate, en su campaña utilizó un discurso duro, cargado de nacionalismo básico. Arremetiendo contra el “sistema” actual y las economías que, según su visión, atacaban al norteamericano medio. Y su discurso fue sustentado, entre otros, en Stephen Bannon, quien fue nombrado sobre el final de su campaña para un rol protagónico. Bannon fue militar, inversionista de Goldman Sachs y considerado del ala dura intelectual de la derecha, promoviendo una rigidez dogmática que el nuevo presidente nunca estuvo dispuesto a aceptar. En términos económicos, Bannon podría encasillarse en el populismo de derecha, adhiriendo a una política económica capitalista pero nacionalista. Explicando de este modo y en parte, los discursos de campaña de Trump, que tanto éxito tuvieron en las clases conservadoras y de menor nivel educativo. Bannon fue nombrado, y ya con Trump presidente, puesto como miembro del Consejo de Seguridad Nacional adquiriendo así, un poder que pronto fue cortado. El presidente dispuso su salida, acusando tal vez el golpe de los fracasos en algunos intentos de cambios en la política doméstica, como la promovida contra el plan de salud de Obama o con las disposiciones contra sus políticas migratorias. A lo largo de su mandato el presidente estadounidense pareció girar bruscamente en política exterior, modificando algunas de sus posturas iniciales. La lista es larga. Se reunió con el presidente de China, suavizando algunas de sus posiciones, pero manteniendo una cruda guerra comercial, lanzando acusaciones permanentes contra las políticas económicas chinas que perjudican las empresas extranjeras en suelo asiático, alimentando a su vez el fantasma de una China recurriendo a la devaluación de su moneda como posible arma devastadora de la economía global. Respecto de la OTAN, exige, demanda y amaga. Viró bruscamente en su posición particular y mediática con el enigmático mandatario norcoreano. Sacudió a Turquía con aranceles a productos como el acero, desestabilizando el valor de su moneda. Y finalmente, utilizó su poderío militar para intervenir en Oriente Medio. ¿Pero estas acciones reflejan un cambio en las creencias de Donald Trump? Lo interesante es que el mandatario norteamericano es la expresión de un modo de hacer negocios. El presidente, más no líder, ejemplifica la voz en alto de algunos grandes intereses económicos sin importar la ideología que se cruce en el camino. Quiere gritar al mundo que los negocios son simplemente eso, negocios. No hay instituciones que funcionen como ataduras si las mismas coartan libertades mercantiles, aún si es el estado mismo. Y Donald Trump así lo entiende; y por ello decidió intervenir en política. Las instituciones supranacionales sirvieron en su momento histórico para que crezcan las potencias. Trump entiende que es hora de volver al mercado propio y las negociaciones unilaterales para idear un nuevo modo, donde las potencias emergentes, o aquellas que disputen el poder, pierden peso fuera del marco de organismos internacionales. El mandatario norteamericano quiere un diálogo tú a tú, donde se siente más cómodo y seguro de su poder. La economía, vista por Trump, considera que ya no resulta útil un camino de integración. Que se debe desandar otro. El debilitamiento de la idea que todos ganan con un mercado global no es novedad. El populismo de izquierda o de derecha, exacerbados, nacionalistas y autoritarios, sirven de excusa para que nada cambie, para que las economías emergentes propias de un mundo multipolar se vean interpeladas. Y fundamentalmente, sirven de excusa a los defensores de un modelo cerrado y con vocación aislacionista. Incómodos con el peso de la pluralidad de opiniones en recintos institucionales. De este modo, el presidente norteamericano expresa y representa la voz y el voto de un modo de ejercer la economía global que no acepta de reglas, a menos que sirvan de instrumento comercial propio. ¿Trump cambia? ¿Lo hace constantemente? Definitivamente no. Podrá renunciar a las formas. Pero no a su pragmatismo respecto al poder y para qué sirve. JPMG