domingo, 25 de febrero de 2024

Medio Oriente y un diálogo aporético

Podríamos afirmar que la lógica fue un instrumento concebido por el filósofo Aristóteles. Si aplicamos la lógica al conflicto entre israelíes y árabes palestinos, diríamos que partimos de premisas verdaderas en los argumentos de ambos por soñar con un estado propio; pero que llegan a una proposición falsa. Y decimos falsa porque para algunos de los protagonistas implicaría la no existencia del otro. El conflicto ocupa un espacio habitual en los medios de todo el planeta. Porque es un drama que involucra a toda la humanidad, y nos interpela a todos porque habla de problemas nunca resueltos para las aspiraciones de pueblos enteros. Es un conflicto donde la fe y la política se han mezclado permitiendo que prevalezca la idea de exclusión del otro; y no la coexistencia pacífica. Generando así la sensación de que todos los caminos conducen a la imposibilidad de alcanzar una solución pacífica y viable en el tiempo. Podríamos decir que con la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial; el territorio, cuna de las grandes religiones, inició una nueva etapa en su historia. Todo el territorio que hoy incluye a Israel y Cisjordania, junto a la Franja de Gaza, eran parte del imperio erigido por los otomanos. El mismo Imperio que en el año 1453 conquistó la legendaria Constantinopla -hoy Estambul- capital en aquel entonces del Imperio Romano Bizantino. Los turcos Otomanos habían forjado un vasto imperio que llegó incluso a las puertas de la ciudad de Viena, Austria en el año 1683, siendo derrotados en la Batalla de Kahlenberg. Este imperio, además del legendario romano, fueron la única autoridad que dominara integralmente los territorios donde convivían intereses por parte de árabes musulmanes y judíos. Dichos intereses, que esperaban respuestas en esta nueva era sin el control otomano, fueron escasamente atendidos en los acuerdos que las potencias victoriosas celebraron para el reparto territorial. Y la Sociedad de Naciones otorgó el Mandato sobre Palestina al Reino Unido, esto es la administración del territorio que hasta el fin de la Primera Guerra Mundial controlaba el ahora extinto Imperio Otomano. Dijimos que en este punto marcamos una nueva etapa, ya que el conflicto por el territorio siempre ha estado presente. La humanidad toda se ha forjado y delimitado territorialmente luego de conflictos, guerras o disputas que en el mejor de los casos lograron acuerdos de paz. En este caso, la región ha cambiado de manos a través de la guerra. Incluso los romanos en su avasallante paso por la historia de la humanidad conquistaron la región y durante su gobierno también hubo conflictos y rebeliones. Si bien el pueblo judío era minoría en la región, históricamente tuvo presencia. Los árabes musulmanes por su parte, también habían forjado el nacimiento de su religión con lugares sagrados en la región. Políticamente resultó clave el surgimiento del movimiento sionista a fines del siglo XIX, en un escenario global de creciente antisemitismo (discriminación a los judíos), cobró fuerzas la idea de finalmente contar con un territorio y cumplir el sueño de un estado propio en la región en conflicto, convirtiéndose en una oleada incontenible de migración de judios hacía la región. Durante el período del mandato británico los intereses de La Liga Arabe y los del pueblo israelí siguieron confrontando, ya que ambos anhelaban una organización territorial con nombre propio. La población judía continuó creciendo por la continua migración, y se estima que pasó de poco menos del 10% de la población total en la región hacia fines de 1890 a cerca del 30% para 1936. Judíos y árabes musulmanes tenían sus propias reglas de juego e incipientes instituciones dentro del dominio británico que convivían en permanente tensión de intereses. Y la puja resultaba, en muchas ocasiones, violenta y con habituales enfrentamientos armados. Con el mandato del Reino Unido y el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, el auge de los nacionalismos, y el fin de los colonialismos tal como los estudiamos en los manuales. Y en el marco de las ideas de libre determinación de los pueblos, que arrojó independencias y nacimientos de nuevas naciones a lo largo del planeta tierra, resonando en los pasillos de toda conferencia internacional. Así, el momento parecía propicio e inevitable. Los sueños de un estado propio se volvieron incontenibles tanto para el pueblo judío, como para los árabes musulmanes que habitaban el territorio del mandato británico y que como dijimos, tenían esperanzas e intereses propios pero independientes. El Reino Unido era parte del equipo victorioso de la guerra. Pero el escenario palestino, con las continuas olas migratorias y el permanente conflicto de intereses independentistas, que muchas veces se traducía en muertes, era demasiado. Y las nuevas potencias vigentes, Estados Unidos y la Unión Soviética de Stalin -que en breve lapso protagonizarán la denominada guerra fría- apoyaron la causa israelí. Conclusión: Las Naciones Unidas en una votación previsible, pero no por ello menos reñida, votó por un plan -la famosa resolución 181- que dividía Palestina en dos. Un estado judío, uno árabe y Jerusalén bajo control internacional. En este contexto, y de la mano del líder Isaac Rabin, se proclamó en 1948 la creación de Israel como estado, y los árabes palestinos, liderados entre otros por Al Husseini -a quien hace algunos años el actual mandatario israelí Netanyahu señaló como instigador del holocausto- lo rechazaron. No lo aceptaron. Desatándose la primera guerra del estado israelí, y el primer drama árabe palestino. Soldados libaneses, sirios, transjordanos y egipcios comandados bajo la denominada Liga Árabe se enfrentaron al reciente creado estado israelí. El resultado se tradujo en una gran derrota árabe y se produjo el Nakba o la llamada catástrofe cuando según estimaciones más de 750.000 árabes palestinos debieron abandonar por la fuerza sus hogares debido al conflicto bélico desatado. Además territorialmente implicó un cambio importante, el territorio hoy conocido como Cisjordania fue ocupado por Transjordania y Gaza por Egipto y el vencedor Israel incrementó su territorio aproximadamente un 20% del asignado originalmente por la resolución de Naciones Unidas para el plan de creación de dos estados. Este conflicto bélico implicó además que los países árabes promovieron la expulsión de judíos que habitaban sus territorios, hecho que terminó llevándolos hacia el nuevo estado israelí. Como dijimos, las armas fueron utilizadas y como resultado obtenemos el panorama insoluble a la fecha. Israel fue creado como estado, creció en su territorio luego de cada enfrentamiento armado y el trunco estado árabe quedó dividido geográficamente y también políticamente. En la parte conocida como Cisjordania gobierna una organización moderada que prioriza su subsistencia. Y en el sur, en la denominada Franja de Gaza, que es un territorio ínfimo, dominada por Hamas, una organización fundamentalista terrorista que lideró el reciente ataque e invasión al estado de Israel desencadenando un nuevo capítulo que promete ser de los más trágicos de la historia moderna en donde geográfica, política, y religiosamente el mundo ha estado marcado por las diferencias que Oriente y Occidente no han sabido conciliar. El problema se agrava por los juegos de influencia que reciben los distintos actores. En Cisjordania gobierna la Autoridad Nacional Palestina, que dió sus primeros pasos como un gobierno transitorio gracias al denominado Acuerdo de Oslo entre la Organización para la Liberación de Palestina liderada por Yasir Arafat, emblema de la causa palestina y el propio histórico líder Isaac Rabin, en conferencias auspiciadas por el presidente norteamericano demócrata Bill Clinton. Es válido aclarar que, el palestino, es un gobierno que no controla todo su territorio ni es reconocido como un estado. Aunque desde 2013 sus autoridades pugnan por ser reconocidos por las Naciones Unidas como tal. Lamentablemente en la Franja de Gaza gobierna Hamas, que no comulga con los instrumentos institucionales y compite internamente con otras organizaciones violentas como la Yihad Islámica o incluso la influencia de ISIS en la promesa de liberación del territorio que a nivel fronteras es controlado por el ejército isarelí. Si bien existieron revueltas populares palestinas denominadas intifadas (la primera fue en 1987). El conflicto, de componentes políticos, religiosos y étnicos, ha estado marcado por confrontaciones bélicas tradicionales como la denominada guerra de los Seis días en 1967 que involucró a Israel y Egipto, o la guerra de Yom Kipur en 1973 involucrando esta vez además a Siria entre los principales contendientes. Pero con el cambio de siglo, el surgimiento de organizaciones con poder que actúan como si fueran estados, el conflicto recrudeció y ha planteado nuevos escenarios. En el año 2006 tuvo lugar una guerra entre Israel y el grupo Hezbolá, también considerado una organización terrorista que opera desde el Líbano y se sostiene que es alimentada por el estado de Irán. Tan sólo un año después, en 2007, el grupo Hamás logró el control político de la Franja de Gaza e Israel le impuso un bloqueo a la zona de la Franja seguido por sucesivos conflictos y hechos puntuales, algunos muy conocidos como el secuestro de un soldado por Hamás en 2011 dando paso a una primera guerra entre 2012 y 2014. Los momentos de mayor esperanza de paz para la región se vivieron en 1993 y en 2003. En 1993 con el mencionado Acuerdo de Oslo donde israelíes y árabes musulmanes acordaban una serie de puntos que alimentaban las esperanzas de un reconocimiento mutuo y sentaba las bases para la creación de una administración de gobierno árabe palestino en Cisjordania y Gaza y un retiro de las fuerzas israelíes que ocupaban los territorios luego de las sucesivas guerras. El otro momento propicio para pensar en la paz tuvo lugar con la denominada Hoja de Ruta impulsada por Estados Unidos con el protagonismo del presidente republicano George W Bush (hijo), la Unión Europea, Rusia y las Naciones Unidas, que buscaba poner fin a los actos de terrorismo y violencia, detener los asentamientos israelí fuera de los límites propios de Israel, crear instituciones para un estado palestino y finalmente alcanzar una paz duradera. No es necesario aclarar que dichos planes no se han cumplido. La Autoridad Palestina no controla íntegramente sus territorios designados, ya sea por los asentamientos judíos en la Cisjordania palestina o por la aparición de Hamás que fue creado inspirado en los Hermanos Musulmanes de Egipto, y que rechazaban los acuerdos firmados por la Organizalización para la Liberación de Palestina que se acercaba más a la idea de la coexistencia de dos estados. Cabe preguntarse ahora por las consecuencias futuras de esta nueva acción de Hamás de invadir territorio israelí y el reguero de muerte dejado a su paso. Israel decidió responder rápidamente y avanzar sobre el terreno en búsqueda de todo aquel que pertenezca a esta organización, especialmente sus líderes, con el consecuente precio de sangre que están pagando los civiles y ciudadanos que tienen la desgracia de vivir en donde se esconde Hamás. La realidad actual muestra un escenario muy complejo. La Liga Arabe como tal no parece muy propensa a intervenir de manera directa en el conflicto. Egipto, quien fuera voz de estos intereses perdió fuerza e interés a partir de los acuerdos de Camp David a fines de la década de 1970 cuando reconoció a Israel como estado y recuperó los territorios de la península del Sinaí. La organización Hezbolá, que ya ha estado en guerra con Israel y se encuentra en permanentes choques denominados de baja intensidad en la frontera de Israel, es parte del gobierno de Líbano. Y tanto el Líbano como el resto de los países de la región parecen tener un claro interés en defender sus intereses nacionales, pero no involucrarse en nombre de los árabes palestinos. Irán es la temida nación que con su estimado financiamiento a estas organizaciones más peso pareciera tener en este conflicto si decidiera dar un paso hacia la guerra. Aunque no sería extraño que esta situación se utilice para acallar conflictos internos agudizados por el reclamo de las mujeres a sus derechos. Por otro lado, en 2020 tuvieron lugar los acuerdos de normalización de relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos a los cuales se sumaron Bahréin y posteriormente Marruecos y Sudán, impulsados por Estados Unidos; y a los cuales se aspiraba a sumar a Arabia Saudita. Con lo cual, las suspicacias en torno a los intereses de Hamás de frenar esta posible ola de acuerdos entre Israel y diversos países del mundo árabe se encuentran latentes. El conflicto cuenta hoy con algunos protagonistas que tampoco hacen presagiar una solución consensuada. B. Netanyahu, el líder que gobierna y ha gobernado Israel con políticas que poco han contribuido a una solución de paz definitiva, y que ha contado entre sus filas a dirigentes que simplemente no aceptan la creación de un estado árabe palestino. Un líder como M. Abbas, que gobierna Cisjordania en representación de la Autoridad Palestina, con una tendencia secular pero que no controla su territorio y cada vez pierde más popularidad ante la acción violenta del grupo Hamás, que no acepta la existencia de un estado israelí. Reforzado por la atroz invasión en territorio israelí sembrando muerte y destrucción, seguida por la reacción del gobierno israelí ahogando la Franja de Gaza en un espiral de violencia extrema y muerte. Al final del análisis todo nos interpela en nuestra naturaleza como humanos. Un conflicto que parece eterno en el tiempo, que tiene tintes religiosos, y que desde el mismo momento en que una organización internacional decidió dividir para dos poblaciones un pedazo de algo que para ambos era indivisible al mejor estilo de Salomón porque tampoco se podía negar la existencia e intereses de unos y otros. Disputa que no sólo nos interpela porque nos convierte en espectadores de un conflicto que tiene por protagonistas a la historia de la humanidad. Sino porque es un escenario donde se observa claramente la aparición con mayor frecuencia de organizaciones capaces de ir a la guerra contra estados. Al Qaeda lo hizo desde Afganistán, el Grupo Warner lo hizo con Ucrania y África. Hezbolá lo hizo con Israel. ISIS lo hizo con Siria e Iraq. En la historia podemos buscar y encontrar organizaciones paralelas a los estados y que a su vez lucharon contra el mismo estado que inicialmente las cobijó territorialmente por diversos motivos. Independencia, separatismo, o incluso por violencia política interna. Pero aquí el factor es la guerra directa de organizaciones contra estados. Un país, desafiado por un grupo armado que se refugia y opera desde fuera. Una red invisible a los ojos políticos de la era moderna. Pero como dijimos este conflicto nos interpela. Manifestaciones en todo el mundo se suceden con mucha visibilidad global en capitales del mundo, especialmente a favor de los colores de la causa árabe palestina. Y nos plantea preguntas respecto a cuál es la posible solución que conduzca a la paz. Conflictos diversos recorren todo el planeta. Desde los escenarios dramáticos en África, la guerra en Ucrania, las miserias de Haití, las penurias de Afganistán, y ni hablar del sufrimiento de los derechos de la mujer en países como el mencionado. Pero también hay menos visibles, o con menor prensa duradera como la ofensiva de Azerbaiyán para ocupar la región denominada Nagorno Karabaj y que implicó el desplazamiento de armenios que se vieron obligados a abandonar sus hogares luego de la victoria azerí, en un conflicto que tuvo sus raíces en los límites generados luego de la caída de la Unión Soviética. Como así también, el invisible drama de los musulmanes uigures que viven en la provincia china de Xinjiang, y viven una persecución y hostigamiento atroz por parte de las autoridades del país asiático. Pero es claro que la confrontación entre Israel y árabes musulmanes acapara todas las luces de la atención mundial. Representa los problemas no resueltos en la era moderna de la posguerra mundial y contiene todo los condimentos de interacción social global. Pueblos que no lograron conformar un estado, pueblos que no alcanzan la seguridad de sus fronteras, conflicto con discrepancias religiosas que pugnan por lugares sagrados y voces internas que cuestionan la existencia del otro, o mínimamente que rechazan la convivencia pacífica. Intereses de fuerzas extranjeras que operan impunemente y una Organización como Naciones Unidas que ha emitido más de mil resoluciones sobre un mismo conflicto sin que se logre un resultado claro y esperanzador. Mientras tanto, países con comunidades árabes, musulmanas y judías ven cómo aumenta la conflictividad interna y el miedo a estallidos sociales que afecten la vida de sus ciudadanos y el normal desarrollo social construido. El creciente antisemitismo en el mundo cuando se transforma en acción sólo lleva a la violencia. Al igual que la islamofobia. Los movimientos de extrema derecha que caen en nacionalismos de intolerancia son tan peligrosos como una izquierda radicalizada que deje fluir por sus venas el fanatismo religioso. La única y visible solución posible es la existencia de dos estados con fronteras delimitadas. Ambos pueblos han demostrado su irrenunciable sueño. Pero para ello es necesario generar un principio de acuerdo irrevocable. Caso contrario resultará imposible, acabará con la destrucción total de uno o ambos, y el riesgo de una escalada global que nos empuje 100 años atrás estará más latente que nunca.¿Qué ocurriría si una resolución de Naciones Unidas ordenara la organización de una fuerza militar internacional que controle las fronteras de acuerdo a la resolución de los dos estados? Más allá de las utopías, al final, una paz duradera dependerá de acuerdos que impliquen sociedades gobernadas por repúblicas seculares y laicas. Donde se entienda la existencia institucional del otro, como la única forma de asegurar la seguridad propia. G. Garardus

martes, 16 de enero de 2024

Economía y globalización

¿Podemos hablar de una etapa superadora de la globalización? Lo presumible, es que aquellos nacionalismos extremos, populistas y aislacionistas intentarán sentenciar de muerte al mundo global. Sin embargo, estos modelos cerrados y extremos: ¿podrán contener sociedades ya de por sí insatisfechas? ¿o por el contrario en este mundo, de hoy y siempre, los modelos contrarios a la globalización contarán con la astucia inagotable del ejercicio de sus políticos para buscar enemigos de turno. Como se dice por ahí, para reunir fuerza y cohesión interna hace falta un enemigo externo. Preguntas actuales que podemos plantearnos al ver a nuestro alrededor. Estos escenarios son propicios para vernos tentados, como sociedades, a caer en fundamentalismos o populismos asistencialistas de mitigación, más que de contención. Que nos dan sensación de protección, pero no de utilidad. El momento es disruptivo, y el panorama nos presenta dos frentes. Uno, nos obligará a adaptarnos y reforzar nuestra capacidad de respuesta como sociedad global ante situaciones como la pandemia del COVID, una guerra como la de Ucrania o conflictos armados civiles, que tantos hay dispersos a lo largo y a lo ancho del planeta. Con seguridad, el impacto no será igual para todos y golpeará más, donde más necesidades insatisfechas existan. El otro, como sociedad individual, nos pone a prueba y requiere de nuestros anticuerpos democráticos para evitar correr al amparo de las cavernas. Porque, en definitiva, necesitamos un mundo global y social donde haya igualdad, pero que para ello, no sea necesario renunciar a nuestras libertades. En relación al concepto de globalización, comúnmente se utiliza para describir una variedad de cambios económicos, culturales, sociales y políticos que han dado forma al mundo en la historia reciente. El aumento de la población, pero principalmente de los negocios, ha conducido a la planetización del orbe. Ya no hay hechos simultáneos que se dan como si existieran en épocas distintas, la simultaneidad es absoluta. Para que una sociedad alcance su fin de bien común debe comprender que es necesario el bienestar de todos sus integrantes, pero no todos necesitarán lo mismo. La ayuda, las inversiones necesarias, el empuje, el aporte, y el mismo bienestar pueden ser distintos en cada individuo. Una sociedad es equitativa cuando la unidad resulta en el bien común. Las oportunidades para todos empujan hacia el desarrollo económico y social. Hoy, presenciamos nacionalismos exacerbados en algunos casos, naciones que se disgregan, interiores separatistas, estallidos sociales. Insatisfacción humana motivada en gran parte por necesidades básicas no satisfechas, entre ellas la del sentimiento de pertenencia a una comunidad que aspire al bien común, que nos contenga a todos globalmente. El término globalización hoy posee múltiples estudios que sitúan su comienzo en distintos momentos de la historia se popularizó en los años 90. Y el concepto de globalización llegó como algo que desdibujaría las fronteras de la mano de las grandes corporaciones transnacionales, donde además implicó grandes movilizaciones de personas de un extremo del mundo al otro por medios formales y en busca de negocios. Pero como indica el autor Blaise Wilfert en su artículo “Los orígenes de la globalización” publicado en The Conversation, en todos los grandes países industrializados, el peso del Estado, medido por la proporción de la riqueza procedente de la producción nacional, por el número de funcionarios, por la extensión de sus ámbitos de intervención y el número de sus normas, reglamentos y leyes, ha seguido creciendo con la única excepción del caso de Estados Unidos, y con ciertas salvedades. Es decir, en esta mirada, la globalización acentuó los negocios entre estados y privados, incluso entre estados y particulares. Esto implicó a su vez una gran movilidad de las inversiones. En el inicio de este proceso sólo las empresas o grandes capitales económicos podían “moverse” de una frontera a otra cada vez con mayor facilidad. Hoy, las personas, en su carácter individual han adquirido ese concepto de “global” y pueden -ya sea físicamente o través de medios tecnológicos- ser actores de influencia económica más allá de sus fronteras nacionales llevando sus inversiones de todo tipo de tamaño a cualquier parte del planeta. Pero cuáles son los verdaderos riesgos que afrontamos como comunidades en esta etapa de globalización. Como Thomas Sowell dijo: “La política es el arte de disfrazar tus deseos egoístas como si fueran el interés nacional”. Hablamos u oímos de capitalismo, comunismo, socialismo, globalización, de imperialismo o de revolución. Al fin y al cabo, la convivencia o coexistencia pacífica, el respeto por lo diferente, la simple añoranza de un mundo con un lugar para todos parece diluirse ante la ambición de dominación y poder. Entonces: ¿estamos ingresando a una nueva etapa? ¿una nueva forma de globalización? Algunos pensadores sostienen que tal vez estemos camino al fin de la globalización. Pero aquí, la cooperación entre estados se volverá crítica a la hora de impedir los autoritarismos y el avance sobre las libertades individuales. Pensamos que hoy el mundo ha dado nuevas formas y avances de la mano de la tecnología. Un desarrollo tecnológico que impulsa las economías tanto de las naciones como de sus integrantes en forma individual. Por ello, la cooperación jurídica entre estados, entendiendo los ordenamientos jurídicos de cada estado como procesos independientes que cumplan la mencionada función de guardadora de los equilibrios, y el respeto de las libertades individuales, aparecen como el único camino posible para evitar las confrontaciones cotidianas que pongan en peligro el desarrollo pleno de los individuos y sus comunidades.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Trump y sus dogmas

El mundo, incrédulo, pero especialmente escéptico, no imaginó a Donald Trump como posible ganador de una contienda electoral democrática. Especialmente en el país de mayor injerencia planetaria, una nación que ha creado e impulsado instituciones del orden internacional. Así, una mañana, Estados Unidos despertó con un presidente que parecía renegar de ellas. Criticó el Acuerdo de París -auspiciado por Naciones Unidas, en pos de la lucha contra el cambio climático- acusó de obsoleta a la OTAN, apoyó el Brexit -y a posibles escisiones futuras en la Unión Europea- Abandonó el Acuerdo de Comercio Transpacífico (TPP), fue criticado por el FMI y amenazó con dejar la Organización Mundial de Comercio, o al menos reducir las obligaciones de Estados Unidos para con dicha organización. En su última gira por el continente europeo, no sólo generó terremotos diplomáticos por su habitual verborragia de confrontación, como exigir mayor compromiso financiero a los países miembros de la OTAN. Sino que además fue centro de polémicas mediáticas en el Reino Unido, inmiscuyéndose en temas domésticos como opinar negativamente sobre la gestión del Alcalde de Londres, alabar al saliente Boris Johnson ex Ministro de Relaciones Exteriores británico, mencionándolo como un posible gran Primer Ministro. Para esto último es válido recordar que Johnson, a pesar de sus ideas originales, fue promotor de la salida de la Unión Europea, y precursor de un Brexit duro. Se presentó junto a Vladimir Putin, el controvertido mandatario ruso. Ambos dieron la sensación de desechar las acusaciones de injerencia rusa en las elecciones que lo llevaron al magnate a la presidencia. Incluso se mostraron concordantes en algunas cuestiones de política exterior. Horrorizando de este modo a demócratas y republicanos, mostrándose más reconfortado con las palabras de su colega ruso que en las de sus propias agencias de gobierno. Cosechando críticas de todos los colores en su país. Por supuesto, que al llegar a su tierra ensayó adjudicar errores de expresión para sembrar contradicciones en las interpretaciones. Trump el antisistema. ¿Es esto así? ¿Podemos llamar a un hijo pródigo del capitalismo de este modo? Simultáneamente a esta pregunta, la realidad nos muestra a la gran potencia con una nueva vocación aislacionista. Pero que dependiendo del ámbito, se corre a un intervencionismo clásico según la ocasión, o mejor expresado, la necesidad. Asimismo, el escenario económico doméstico de su país nos brinda un Trump proteccionista del mercado interno, incluyendo en sus discursos el rol del trabajador local. El magnate, en su campaña utilizó un discurso duro, cargado de nacionalismo básico. Arremetiendo contra el “sistema” actual y las economías que, según su visión, atacaban al norteamericano medio. Y su discurso fue sustentado, entre otros, en Stephen Bannon, quien fue nombrado sobre el final de su campaña para un rol protagónico. Bannon fue militar, inversionista de Goldman Sachs y considerado del ala dura intelectual de la derecha, promoviendo una rigidez dogmática que el nuevo presidente nunca estuvo dispuesto a aceptar. En términos económicos, Bannon podría encasillarse en el populismo de derecha, adhiriendo a una política económica capitalista pero nacionalista. Explicando de este modo y en parte, los discursos de campaña de Trump, que tanto éxito tuvieron en las clases conservadoras y de menor nivel educativo. Bannon fue nombrado, y ya con Trump presidente, puesto como miembro del Consejo de Seguridad Nacional adquiriendo así, un poder que pronto fue cortado. El presidente dispuso su salida, acusando tal vez el golpe de los fracasos en algunos intentos de cambios en la política doméstica, como la promovida contra el plan de salud de Obama o con las disposiciones contra sus políticas migratorias. A lo largo de su mandato el presidente estadounidense pareció girar bruscamente en política exterior, modificando algunas de sus posturas iniciales. La lista es larga. Se reunió con el presidente de China, suavizando algunas de sus posiciones, pero manteniendo una cruda guerra comercial, lanzando acusaciones permanentes contra las políticas económicas chinas que perjudican las empresas extranjeras en suelo asiático, alimentando a su vez el fantasma de una China recurriendo a la devaluación de su moneda como posible arma devastadora de la economía global. Respecto de la OTAN, exige, demanda y amaga. Viró bruscamente en su posición particular y mediática con el enigmático mandatario norcoreano. Sacudió a Turquía con aranceles a productos como el acero, desestabilizando el valor de su moneda. Y finalmente, utilizó su poderío militar para intervenir en Oriente Medio. ¿Pero estas acciones reflejan un cambio en las creencias de Donald Trump? Lo interesante es que el mandatario norteamericano es la expresión de un modo de hacer negocios. El presidente, más no líder, ejemplifica la voz en alto de algunos grandes intereses económicos sin importar la ideología que se cruce en el camino. Quiere gritar al mundo que los negocios son simplemente eso, negocios. No hay instituciones que funcionen como ataduras si las mismas coartan libertades mercantiles, aún si es el estado mismo. Y Donald Trump así lo entiende; y por ello decidió intervenir en política. Las instituciones supranacionales sirvieron en su momento histórico para que crezcan las potencias. Trump entiende que es hora de volver al mercado propio y las negociaciones unilaterales para idear un nuevo modo, donde las potencias emergentes, o aquellas que disputen el poder, pierden peso fuera del marco de organismos internacionales. El mandatario norteamericano quiere un diálogo tú a tú, donde se siente más cómodo y seguro de su poder. La economía, vista por Trump, considera que ya no resulta útil un camino de integración. Que se debe desandar otro. El debilitamiento de la idea que todos ganan con un mercado global no es novedad. El populismo de izquierda o de derecha, exacerbados, nacionalistas y autoritarios, sirven de excusa para que nada cambie, para que las economías emergentes propias de un mundo multipolar se vean interpeladas. Y fundamentalmente, sirven de excusa a los defensores de un modelo cerrado y con vocación aislacionista. Incómodos con el peso de la pluralidad de opiniones en recintos institucionales. De este modo, el presidente norteamericano expresa y representa la voz y el voto de un modo de ejercer la economía global que no acepta de reglas, a menos que sirvan de instrumento comercial propio. ¿Trump cambia? ¿Lo hace constantemente? Definitivamente no. Podrá renunciar a las formas. Pero no a su pragmatismo respecto al poder y para qué sirve. JPMG

domingo, 6 de noviembre de 2016

Trump y el reflejo del mundo

Parecía un mal chiste. Pero una mañana el mundo amaneció y Donald Trump era candidato a presidente de los Estados Unidos. El país de mayor influencia planetaria, la nación que más instituciones de orden internacional ha forjado tiene hoy un candidato que reniega de ellas. Ha criticado el Acuerdo de París auspiciado por Naciones Unidas en pos de la lucha contra el cambio climático, ha acusado de obsoleta a la OTAN, amenaza con abandonar la Organización Mundial de Comercio, es criticado por el FMI y hace temblar los mercados del mundo. El mundo estaba cambiando. El descontrol frenético reflejado en las idas y vueltas de las ideas nacionales desconcierta, pero a la vez muestra la búsqueda desesperada de los pueblos por cubrir las insatisfechas necesidades. Reduciéndonos, como algunos dicen, al hombre de las cavernas que sólo buscaba seguridad y bienestar. Haciendo del voto democrático, un instrumento que apunta a quien promete lo que el instinto clama. Naciones que pasan de arcos políticos totalmente opuestos en cuestión de pocos años. Casi se recuerda con nostalgia prematura las asambleas de Naciones Unidas donde el venezolano Chávez y el vaquero Bush se sacaban chispas. Por momentos parecía que el camino no tenía marcha atrás. Estados Unidos asumía con gusto el papel de policía e interventor global. Venezuela y sus petrodólares reverdecían la antigua Cuba, y contagiaban con ideas a distintos sectores de Latinoamérica. Brasil, de la mano de Lula, era el gigante que despertaba como líder, y miraba hacia el otro lado del océano para formar sociedad con otras economías emergentes propias de un mundo multipolar. Un mundo donde todos los días leíamos avances y retrocesos en el sueño de una solución pacífica al conflicto entre israelíes y palestinos. Un mundo donde una primavera árabe nos llegó primero a los oídos en formato de pedido de democracia. Un mundo donde Europa parecía cada día más firme y cada vez más amplia. Hoy, el mundo es diferente. Europa solloza por la división de bienes en su divorcio con Gran Bretaña. Palestinos e israelíes continúan alejando cada vez más la paz. El mundo musulmán se desangra en acusaciones y tiene enquistado a un autodenominado Califato que conocemos como Estado Islámico. Rusia tantea su influencia global, sin saber bien hasta dónde puede llegar, pero soñando con más poder y sumando su añorada salida al Mar Negro, jugando a la geoestrategia política favorita de la guerra fría, pero que data del siglo XVIII. ¿Y América? Volvemos al frenetismo de las ideas. Chávez no está. Maduro promete la continuidad, cual hijo pródigo. Pero pareciera empecinarse en aumentar exponencialmente sus defectos, sumiendo a su país en un caos institucional al borde del colapso. En Estados Unidos pasamos del guerrero del águila Bush a un Obama que pareció cambiar el tono intervencionista de su nación; y comulgar con un diálogo más abierto. Brasil perdió a Lula en Dilma. Como resultado asumió Temer, quien su izquierda es diestra. Cuba tiene aún a los Castro, pero que recibe la visita del presidente de Estados Unidos. Y finalmente, una Argentina que frenó abruptamente a un kirchnerismo que parecía eterno. Ver el mundo es como tratar de observar el cauce del río desde el puente de Heráclito. Aunque el río viene revuelto. Como dijo mi abuelo alguna vez, pareciera que los conceptos empañan el cristal de nuestra ventana y la multitud de interrogantes mueve a una mayor confusión. Hoy, Estados Unidos se debate entre el candidato que escarba en los más recónditos miedos del norteamericano de a pie, y la elegida de los demócratas para suceder a Obama, Hillary Clinton. Quien no es reconocida en la química de aquellos que se emocionaron con el “Si se puede” del primer presidente negro de aquél país. Trump, el millonario capitalista que decidió intervenir en forma directa en la política, apoyado en un discurso aislacionista, pseudoextremista y sobre todo populista, pone en jaque las ideas y desafía la imaginación de los analistas internacionales que intentan predecir el rumbo de su posible política. El planeta siempre está en juego. La próxima ficha se mueve el 8 de noviembre en las elecciones estadounidenses, y allí veremos cuán revuelto viene el río. JPMG.

domingo, 17 de abril de 2016

Primarias en EEUU y Cuba. ¿el deshielo de Obama es irreversible? - Publicado en La Voz del Interior el 18/04/2016

El deshielo en las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos es un proceso delicado y con patrocinadores estelares como el Papa Francisco. Es el inicio de un antes y un después, un camino hacia el fin de hostilidades extremas en todos los rubros. La reciente visita de Obama a Cuba y Argentina plantea innumerables análisis. Algunos rechazaron la visita del mandatario a la tierra madre de las revoluciones. Pero otros vieron esperanzadores gestos de un cambio. Si a los hechos le preceden los gestos, observar a un presidente estadounidense pisar suelo cubano, estrechar la mano de un Castro y participar de un homenaje al mítico Martí, sin lugar a dudas lo son. Como así también, oír a un líder de esta potencia mundial decir “Nunca más”. Pero a los mensajes los sostienen los hechos. El tiempo nos dirá si los gestos y mensajes son acompañados por actos que ratifiquen posturas. Que acompañen el discurso enarbolado como bandera donde desde lo discursivo se reniega del intervencionismo clásico del imperialismo. Clinton, Trump, Cruz, Rubio y Sanders corren pegándose codazos en una loca carrera por la candidatura de sus partidos, mientas miran de reojo el legado que está empeñado en mostrar Obama. Y la pregunta surge obvia. ¿Qué clase continuidad podemos esperar? Ninguno de los republicanos parece dispuesto a sostener una política integral en las relaciones bilaterales. Ted Cruz y Marco Rubio, descendientes cubanos del ala más enfrentada al castrismo, difícilmente apoyen iniciativas que tengan delante el apellido Castro. Donald Trump ha pasado por diferentes fases. En el pasado ha llamado asesino a Fidel Castro, en el 2015 afirmó que le parece bien un acercamiento, para manifestar críticas en forma reciente señalando que los acuerdos deberían ser más beneficiosos para su país, mostrando que su visión política es sesgada por su visión de negocios. En cuanto a los demócratas. Hillary Clinton, tal vez la cantidad más esperada para ocupar la casa blanca, ha enunciado en reiteradas oportunidades que promueve una mejora en la relaciones con Cuba, exhortando a Obama sobre el levantamiento del embargo y expresando su deseo de visitar la isla en una entrevista ofrecida en televisión ya en el año 2014. En cuanto al senador por Vermont, Bernie Sanders, también ha indicado su apoyo a las políticas que permitan restaurar las relaciones. Su vida política estuvo mayormente desarrollada en forma independiente, y si bien es incierto su futuro como candidato, sigue cosechando triunfos que auguran una sorpresiva y dura batalla demócrata. En definitiva, deberemos esperar para aventurar éxitos o fracasos en esta llamada nueva era. Aún hay cuestiones fundamentales en la visión de los derechos humanos o la democracia y posiciones difíciles en torno a Guantánamo. Tampoco debemos olvidar la posición cubana. Y si bien Raúl no es Fidel, tiene límites, los propios y los del partido que lidera. Todo está por verse. Pero podemos avizorar algunos aspectos que apuntan a fijar bases para un cambio concreto en las nuevas relaciones diplomáticas iniciadas en 2015. Como el acuerdo de Seguridad Marítima firmado el pasado 18 de marzo por el encargado de negocios de la Embajada de EEUU y el jefe de la Oficina de Hidrografía y Geodesia de Cuba (ONHG), por citar un ejemplo. Bien podrían enmarcarse en el inicio de hechos que muestran un rumbo sin marcha atrás. La respuesta final a la continuidad estará entonces, en si los mensajes son la consecuencia real de suficientes acuerdos y políticas elaboradas institucionalmente. Y no queden en el recuerdo de la historia como gestos individuales de un gobierno con buen marketing planetario. Juan Martinez Ghirardi

domingo, 19 de abril de 2015

¿Obama, un presidente débil o imperial? Artículo publicado en La Voz del Interior

Ni débil ni imperial. Desde la Segunda Guerra Mundial, o desde la irrupción a escena de los bolcheviques, en acuerdo con Noam Chomsky, la política exterior estadounidense buscó gobiernos aliados que favorecieran las inversiones privadas, tanto de capitales nacionales como extranjeros, la producción para la exportación y –aspecto fundamental- el derecho a expatriar fondos. Como dice Chomsky en su libro “Cómo funciona el mundo”, si uno quiere un sistema global –en mi caso prefiero el término “planetario”- y subordinado a las necesidades de las inversiones estadounidenses, lo descripto en el párrafo anterior es el modelo a seguir. Los líderes norteamericanos han seguido a la perfección dichos lineamientos en las últimas décadas, principalmente en la década del setenta donde el apoyo involucró algo más que lobby político. Pero la pregunta que surge es si la administración de Obama sigue dicho camino. La respuesta es que el andamiaje general de la política de su país si lo hace. Claramente. Sin embargo se plantean escenarios que generan interrogantes sobre si Obama gestiona en dicho rumbo. Especialmente en el tramo final de su segundo mandato donde se encuentra asentando las bases del cambio que pareciera impulsar, alejándose de la clásica política de intereses exteriores de Estados Unidos. Obama, pareciera más ocupado por la política doméstica que por la influencia directa en el resto del planeta. No puede, por supuesto, ignorar los “intereses” norteamericanos en el exterior, pero claramente ha pujado por reformas en la política interior, asestando golpes en algunos casos en el corazón corporativo de algunos intereses. Caso de las reformas fiscales iniciadas, la reforma al sistema de salud, las posturas ambientales y la reforma migratoria. Proponiendo incluso, muy recientemente una posible gratuidad en una etapa inicial del sistema educativo. Quien ha seguido sus discursos anuales del Estado de la Unión, donde los presidentes suelen sugerir la dirección de su política, puede advertir este camino lento desde el primer período de gobierno. Su política, ha dejado de lado a su vez el intervencionismo clásico de Estados Unidos, que perseguía -en muchos casos- intereses privados y no del ciudadano común, arrastrando a naciones a guerras interminables y patéticas por lo absurdo. En defensa del viejo modelo, ha debido enfrentar el surgimiento en algunos sectores de un republicanismo casi fanático como lo es el Tea Party. Y aquí encontramos la clave de la casi cómica argumentación anti-Obama, donde se lo muestra como un gobernante débil. Agigantando incluso una imagen de hombría viril del mandatario ruso Vladimir Putin, llegando una revista de prestigio internacional a declararlo el hombre más poderoso. De este modo, tal vez, se podría buscar estimular los más recónditos temores a todo aquello que pudiera ir contra el estilo de vida estadounidense. Pero los datos de Obama indicarían lo contrario. Además de las reformas en curso y propuestas; que aunque no prosperen en lo inmediato dejan la semilla que eventualmente germinará en el futuro, las estadísticas de gestión son positivas. En datos difundidos por la cadena CNN el desempleo ha bajado casi cuatro dígitos durante su gobierno y el crecimiento del país trepó del %0,4 al %3,9 durante su gobierno. Por otro lado, en materia energética, su país escaló a una posición de avanzada en la producción de petróleo. En el plano internacional, y si bien es innegable un intervencionismo presente, éste ha sido más limitado, ya que en general gestionó para la finalización de guerras y no el inicio de ellas, buscó consensos en los conflictos y qué mejor ejemplo que el acercamiento a Cuba en el último tiempo. Es evidente que no siempre lo ha hecho con éxito, y como ejemplo podemos citar las limitaciones sufridas en su reforma al sistema de salud, o la inocua acción por cerrar Guantánamo. Pero es curioso, que durante su mandato salieran a la luz informes varios relacionados a horrores de la política exterior estadounidense reales, pero que fueron fomentados prácticamente con autoría exclusiva por la belicosa administración Bush. Para sus detractores, un presidente débil que “desatiende” los lineamientos clásicos de la política exterior norteamericana. Enfrente, un Obama que pareciera querer quitar a la investidura presidencial estadounidense, el rol imperial que tanto tiempo se atribuyó. JPMG

domingo, 30 de noviembre de 2014

Planetarias: Nuevas potencias, viejos conflictos.

Los actores de la política planetaria actual nos muestran un planeta sin líder. Algo que siempre dijimos no necesitar, pero ahora parecemos extrañar. La realidad económica, política y militar nos indica que Estados Unidos continúa siendo influyente, pero que hay nuevas potencias, particularmente China, que con su expansionismo mercantil promete un rol protagónico y de influencia global. Siendo ya, según datos recientes del FMI, la economía número uno del planeta desplazando así a Estados Unidos. Inédito. También está Rusia, con su líder y sus sueños de grandeza pero envueltos en peligrosos juegos fronterizos que desafían su poderío. Tenemos a Europa, con Alemania a la cabeza, papel inexorable de su historia, aunque según el FMI este año su crecimiento se verá desacelerado. Está Turquía, que ya no es imperio como lo supo ser el Otomano, pero aun tiene su fe y es una nación de vital importancia en el equilibrio entre oriente y occidente; rol que ejerce desde las guerras mundiales debido no sólo a su ubicación o poderío, sino por su influencia como país musulmán pero miembro de la OTAN. Y tenemos potencias emergentes como Brasil, con un PIB de u$s 2,246 billones según datos del Banco Mundial a 2013, o India aunque con un PIB menor de u$s 1,877 billones -también según datos publicados por el Banco Mundial- que asumen papeles más relevantes, y piden que su voz sea escuchada en los organismos de decisión internacional. Pero los últimos encuentros multilaterales, como el G20 o la cumbre Asia-Pacífico, nos ponen en las puertas de un modelo donde tanto China, como Estados Unidos y Rusia, medirán fuerzas económicas y militares mientras sus diplomáticos se estrechen las manos y preocupen porque dos no operen en contra de uno. China, el nuevo gran jugador, firma tratados por separado con ambos países y sabe que tanto Obama como Putin la necesitan. Una China que hoy goza el título de ser la nación más poblada del planeta, aunque según datos de la organización privada PRB (Population Reference Bureau) para el año 2050 será superada en habitantes por India. Pero cuál es el contexto mundial que permite este escenario, o que nos trajo a esta situación. Porque si la cuestión es mirar la ONU y su Consejo de Seguridad, con poder de veto entre sus miembros permanentes, casi como una cláusula que asegure imposición de algunos, tenemos el mensaje de que los consensos no necesariamente deben existir. Si observamos los profundos cambios, y el colosal empuje de América Latina, vital y necesario pero manchando en algunos casos por una corrupción que sólo fomenta desigualdades. Si nos detenemos en aquellas revueltas árabes que cambiaron gobiernos pero no políticas. Si pensamos en Egipto que viró dos veces de rumbo, no sin conflictividad. Sino obviamos conflictos como el reciente caos generado por el EI, o Estado Islámico, financiado por muchos en pos de tan disímiles como variados intereses de poder en la castigada región de oriente medio, donde la mayoría de los países se independizaron luego de las guerras mundiales. Si pensamos en Argentina reclamando la soberanía de Malvinas, en Rusia peleando con sus vecinos, en muchos casos ex estados satélites. En Europa y sus dilemas morales por ser y no dejar de ser. En los Balcanes y su permanentes escisiones o mutaciones. En las Coreas divididas. En China y Japón, con algunos acuerdos pero aun varios conflictos de soberanía territorial pendientes. En África entre el sueño de Mandela y las pujas de los vestigios imperialistas de occidente y la nueva injerencia china. En Israel, Palestina y su negada coexistencia pacífica. Y si nos detenemos en la crisis financiera de 2008, las consecuencias aun hoy vigentes y las manifestaciones evidentes de necesidades insatisfechas de una parte de la población mundial. Acompañados por cuestionamientos al sistema económico que se impone, a los límites fronterizos que no respetaron identidades nacionales, a políticas que alimentaron fanatismos y permitieron el avance de fundamentalismos. Por ello es que nos preguntamos si no es el momento de cerrar el capítulo abierto tras la segunda guerra mundial. Luego de la rendición alemana, marcada como el fin de la guerra, sobrevinieron la guerra fría y el mundo bipolar, la creación de organismos de regulación internacional como la ONU, OTAN, el Banco Mundial, el intocable FMI y la Organización Mundial de Comercio (OMC). Llegaron además los procesos de descolonización y de identidad nacional, el surgimiento de nuevas potencias y el comienzo de conflictos dispersos y focalizados pero con alcance planetario. Es hora, tal vez, que las naciones miren su ombligo y dejen de lado el tablero de juegos de poder y equilibrio geoestratégico que propició el armado de los ejes de poder actual. Como describimos, los conflictos a resolver hoy son los mismos que dejó abiertos la segunda guerra. Juan Pablo Martinez Ghirardi